CON el sombrero echado hacia atrás, sobre la frente un mechón de revueltos cabellos rubios, cinismo en el semblante y un rictus despreciativo en los labios, el joven Bernie Brody se recostaba, de espaldas al mostrador, mirando con insolencia a los parroquianos del «saloon».
Sólo algunos hombres le miraban de reojo. Otros comentaban su presencia en voz baja.
Bernie acababa de regresar al pueblo, después de tres años de ausencia. Todavía le recordaban muchas personas.
¡Era el hijo de «Gun» Brody! ¡Una amenaza!
De su cadera derecha pendía un arma.